21 de enero de 2013

LA ROSA PRISIONERA



1.

La rosa sigue perseguida en su romántico borde de espinas, como la paz por la guerra; la persigue un hechicero fúnebre, resentido y voraz, una raza despreciadora de pueblos y caletas, hambrienta de nada; la ciencia lo sabe pero no hay soluciones, sólo tabaquismo y petróleo, ciudades grises, bebida y olvido; en los telares de la palabra, mesas y cuchillos: la rosa sigue prisionera y se multiplican las alambradas, las murallas y el miedo.

2.

La carne es de baja calidad; el suero de los enfermos; los alegatos de la tribu; las cavidades del suelo; el cemento sobre nosotros; los aviones secretos del nuevo orden planean por los campos buscando jardines con rosas de colores para contrabando, tráfico turbio de la belleza que pone todas las rosas en los mismos jardines, gigantes y amplios pero cerrados con enormes muros y guardia uniformada y armada, dispuesta a disparar, prohibiendo el paso.

3.

Las primeras rosas prisioneras fueron cortadas por cuchillos de acero inoxidable, controlados por guantes cien por ciento aislantes; después se rociaron los territorios con el pesticida más terrible, una bomba de cáncer en nuestros cerebros, y cayeron las rosas abatidas en su jardín; algo de nosotros cayó en el fondo de un pozo, pero tuvimos primavera y la más hermosa espera de rosas, todos juntos, desnudos y silvestres.

4.

Tuvimos silencio y un tibio útero que nos hizo árboles de piedra: el mar golpeó nuestros pies, forrados en follaje semi-marino con costras de siglos pegadas como moluscos; las nutrias marinas nos besan, en ellas descansa el mar de nuestros muertos, nos tratamos con amor, y cuando el sol se va ellas desaparecen y salen a la tierra a encender fogatas, comerciar cueros, preparar brebajes y morir en el intento; nosotros volvemos a ser peces de aire salado.

5.

Primero una espina cayó al suelo, después una hoja, un tallo, la rosa; el perfume; el poema no bastó para cubrir los mil ataúdes que selló el viento y la lluvia; las palabras fueron desplazadas por esas gotas tristes que lloraban sobre la tierra, y el caracol tuvo su momento en la ceremonia del olvido: lejos los bosques, el mar y los besos que abrieron las conchas vegetales de la rosa, lejos el universo donde cantamos cántaros poemas, lejos el calor de nuestras madres.

6.

Habilitaron fincas secretas para acaparar la rosa, pero los pétalos caídos nos indicaron el camino de los verdugos; la tinta del color, el perfume de la hoja, tristemente parida cinco segundos antes del corte, el amarillo voraz del fin, el dolor del cuchillo descabezando jardines, frutos, hermosuras y alegorías de carruajes con princesas: silencios que no bastaron para el nuestro, nos copamos en lágrimas y después fuimos anfibios, veloces disparos de vida verde.

7.

Cerveza fría, sombra de árbol, camino de Antofagasta, Valdivia, Papudo; no, fue en las costas al borde de Playa Ancha, bajando por un cementerio acantilado y encontrando el sepulcro de un bandido lleno de rosas, espinosas y claras como ampolletas de la tierra encendidas de día; piadosas cartas de agradecimiento, magia negra de las flores cortadas; cerveza fría, camino abierto y duro de provincia, con todas sus preguntas, con todas sus cruces.

8.

Soñamos con nuestras abuelas, en el ruidoso amanecer de los perros, en el tratado de libertad entre árboles y pájaros, jugo sexual de las hermanas; todas juntas nos mostraron sus manos abiertas, y nos entregaron el ardor de la sangre de la espina; el profundo corazón del dramatismo, rosas rojas incendiándose sobre una lápida húmeda; aprendimos; el jardín monumental en nuestro pecho es más celeste cuando la rosa es libre, niña y desprevenida.

9.

La rosa se abre y se sobresalta y es capaz de los colores; el hombre y la mujer, la planta y el suelo, la flor y el insecto, el aire y la luz, el agua; los elementos se repiten y entonces vamos multiplicando el sembradío de rosas, con vertientes, con alimento, ganando día a día una geometría al carcelero; la luna enrojece, el sol es más pálido; la tierra temblará de nuevo y en las ciudades las multitudes se preparan para la más terrible muerte, sin saberlo.

10.

El océano se torna color petróleo, padecemos un atardecer de tormenta, se divisa ya el viento desatado que inundará con sus aguas las arterias de la población, por debajo, reventando en agua y cañerías los baños y los enseres más preciados; los elementos se potencian con los amargos químicos de nuestro aliento y entonces sobreviene una fosa, una profunda escalera de piedras marinas que se prepara para darnos un manotazo, el último, el primero, el más doloroso.

11.

La rosa vive del agua, frente al mar, en la cordillera o el valle, en nuestro patio o en la gloriosa esfera del espacio público vigilado por niños; la rosa es inocente en su espina, frente a la espina del trueno; la rosa no es cavidad sino alegoría, de lo dramático y lo romántico; un jardín que alguna vez fue planeta, territorio pasadizo y bálsamo de hijos libres, ilustrados y cósmicos en su marcha verde por los márgenes de las cordilleras, por el silencio de los portahues.

12.

La rosa prisionera viaja de prisión en prisión, rodeada de hijos de puta y santitos de capillas carcelarias; como toda obra de arte, se hace esclava en la decoración; como toda flor sin tierra, sin extremadura ni aurora, no da polen, ni insecto ni idioma; pero sobrevive, se impone a la estética dura de los metales filosos, y reparte bandejas en el viento que llenan de pétalos vírgenes las manos, un idioma oculto para los caminos de la tierra.

13.

Se libera la rosa unos segundos y se libera para siempre; su espejo es el cielo que ve todo el mundo; su olor es el viento que nos hace sentir libres; la rosa no es espina de muerte sino de recuerdo, de dolor simple y pequeño, un fruto de sangre condenado a la belleza, a la admiración reducida del color más poderoso del globo; la sangre humana llena de rosas que florecen en silencio por los rincones de la carne, a cada momento, en silencio.

14.

La persiguen por tráfico, por contrabando, porque han puesto precio a su cabeza bella, desafiante: trata de cortarme sin cuchillos, trata de arrebatar mi belleza sin guantes ni tijeras; la espina de la vida está en todos los caminos, la espina es la hermosura que contiene a nuestras bestias; qué es la flor sin su espina, sin el abre sangres que derrocha el color hacia pétalos, pliegues, núcleos; el delirio agudo de la rosa cortada, el canto de la sangre guardada en las manos.

15.

Los lagartos comandan cuchillos, voraces infamias de cuero duro, metálico martirio de nuestras canciones; nos buscan y van cortando nuestras rosas, las venden en los mercados de la unión europea, en el oriente rico, en las sábanas plásticas del norte glamoroso, estúpido, lleno de rosas cortadas; sin jardines pensamos el infinito como dos párpados nuevos que se abren en lo más alto del cielo, cada noche, cuando los pétalos se encienden.

16.

Debemos encontrar jardines para las rosas, o hacer que la propia rosa haga su jardín; vamos juntos en misiones secretas, nadie nos imagina en esto, buscamos y olemos cada rincón de la patria muerta, nuestra tibia república, el más gigante jardín de rosas; esqueleto deforme bajo tierra, siempre hay un atajo en todos los cementerios, buscamos y olemos cada hoja, establecemos colonias, almácigos, puertas de papel pimienta y de madera bronca.

17.

La rosa es libre, la rosa es prisionera; la rosa y sus jardines sufren el bloqueo ideológico de la sobredosis capitalista; la hicieron rentable y decorativa, las quisieron todas y así avanzan quitándonos lo que siempre hemos llevado, como brebaje y fantasía, como rincón húmedo y sueño azul; privatizar el planeta parece una mala idea, alambradas en vez de jardines es acostumbrar al pájaro a su jaula, es corromper el latido áureo de los abriles.

18.

Nuevamente comandamos soldados, resistentes como cien botellas llenas, como cuatro estaciones hablando en simultáneo; la mano dura del cataclismo mundial sobrevino con violencia y desde entonces la rosa deambula sin respiro, con ánimo de jardín, multitud de trompas comunitarias, color y sonido en los campos; canciones de aves, insectos voladores de semen amarillo y a lo lejos, las marcas de la tribu en las rocas del ocaso, persistiendo.

19.

Tenemos jardines, no podemos decir dónde; la persecución arrecia; mirarás la televisión, escucharás la radio, leerás la prensa y no sabrás de la rosa, ni de los jardines, sólo decoración y fritos exóticos; pero existimos; desarrollamos sistemas de riego, canales y pequeños puentes; cosechamos tonalidades como cien mil dioses distintos; el dictamen del territorio no nos incluye, nos trata de tragar en silencio, pero nosotros no cabemos en su boca.

20.

La borrasca de los vestigios nos arrasa, mientras los mares nos encajonan hacia la cordillera y las multitudes hambrientas se vislumbran en el futuro; las rosas y sus colores abren un tránsito de polvo humano hacia mercados más tranquilos, donde se come charqui con vino y fogata a la luz de los acontecimientos; ciudades con intercambio justo de mercaderías, sin viles mafias de colusiones farmacéuticas en supermercados todoterreno; poblaciones alegres, sin violencia ni guardia privada.

21.

Por eso nos enfrentan y nos sobrevuelan con diplomáticos y pesticida; nosotros, el hormigueo inestable por las arterias del territorio, cargando maceteros y trabajando el agua dulce, regándonos en jardines que son invisibles para los perseguidores, carceleros y dueños; visualizamos el triunfo, nos imaginamos ancianos y libres nuevamente entre espinas y pétalos amarillos, hablando de la próxima cosecha, bebiendo bodegas de vino y caldo de carne.

22.

Una agridulce manta de vegetales como fogata del hombre popular, campesinos de herramienta dura pero creadora de campos, con actitud noble: control popular de la alimentación, desalambranza y guitarra al pie de la bandera; rosas en todos los ojales, esparciendo la sangría de su reino en impecables campos cultivados en kilómetros de hojas, palabras y toneles cargados por siglos de madera y roca lágrima, levantando sepulturas en los caminos, con piedras como vasos.

23.

Amanecerá un día y el mundo no estará, no habrán ciudades ni relinchos de caballo en las estaciones hacia la luna; veremos la planta madre del universo coronarse en silencio, rodeada de fantasmas que fuimos nosotros, los que perdimos la batalla del hombre contra el hombre; cabíamos tantos en el sueño que caímos todos, y nos quitaron rosas y limones y pedazos de tierra con algunas de nuestras raíces adentro; nos tienen, buscan poseernos, pero somos infinitos.

24.

Arrecia la persecución, estamos escondidos, pero lo sabemos todo: dónde las esconden, quién las compra, quién las interviene genéticamente; avanzamos escapando, descubriendo contrabandos y estudiando la cosecha; siempre nos acariciamos, y en las noches cuando encendemos el fuego, en las estrellas, el océano de las rosas nos picotea las manos con pájaros luminosos, con destellos de cactus hermanos que nos hacen libres, a pesar de las púas.

25.

La rosa prisionera es más libertaria que nunca; las bombas de racimo no son nuestros racimos, el fósforo blanco tampoco; la cocaína no es nuestra hoja; cultivamos resistiendo y pariendo hijos múltiples que crecen como caracoles, examinando los rincones almácigos del territorio sometido, birlado a la república muerta; alrededor cántaros de agua, pueblos escondidos, animales, chamanes y posadas, oscuridad, luciérnaga y fábula; sabiduría, cruces invertidas y caminos.

26.

El mundo detiene su maquinaria en la próxima estación; nos bajamos a orinar, y olemos por primera vez algo diferente a petróleo; dosis abierta del sembradío, vena azul de las acequias que ocultamos para regar nuestras plantas; crecemos, con pequeños brotes amarillos y rojos rodeando estatuas de aire embalsamado en papel; pensamos en quedarnos abajo pero el mundo nos precisa, y ante el ruido del motor volvemos a subirnos, concientes de la lástima.

27.

Nos vamos despidiendo comiendo almendras, bajando una florida escalera, burlando el sub-contrato ambiental; las industrias son una mandíbula metálica de cortes generales, y sus hombres oscuros como la turbia vida tras los muros; la rosa crece, y todos crecemos juntos cuando cantamos tonadas de espina y pétalos; queremos ser cultivadores, y entregar cosecha a los pies de las cordilleras vírgenes sin paraíso, sin patrullas ni tijeras, sin arreglos florales.

28.

El mar ante nosotros; sabemos ocultarnos; no hay pistas hacia el grupo; ven, ven con nosotros a mirar el jardín del oeste: dos cerros abajo, tres cerros arriba, una pequeña cordillera de arbustos, una perfecta hilera de álamos como cogollos de madre esperando labio y boca; la perfecta composición del cosmos en la agonía de la humanidad, las rosas, sus colores, el perfume libre de nuestros hijos, capataces seminales de todos los sembrados.

29.

Cuando veas la rosa libre, soberana, perpetua, con pájaros luminosos picoteando tus manos, nosotros estaremos comiendo frutos secos en algún camino, escalando las espinas de los cactus; el surco del regadío habrá cumplido su trabajo y las mariposas musicales del mediodía llevarán pétalos de rosa en las alas, volando libres por un aire sin plomo: los automóviles calmarán su latido y el sin sentido de las cárceles, de los muros privados, será nuestra estética de la ruina.

30.

Una rosa pequeña como anillo y nos escapamos, la noche es una sola escalera de ciudades fabulosas, infinitas como tu mirada de criatura marítima, acostumbrada al abandono; ven, vamos, busquemos esta noche el susurro del territorio, la calibración clandestina de la tierra; busquemos algo mejor que las bestias, algo para colorear los muros de la ciudad con el color de las rosas, un pájaro fuera de su jaula, un sub-contrato de flores interconectadas, encendidas como el fuego.

31.

La esperanza de la tierra es la resistencia, el amor de la sangre es el color de las rosas; fibra y símbolo del dolor, la espina nos recuerda lo pequeño de lo humano; vamos de una vez a escarbar la tierra, vamos de una vez a vomitar el barro; olvidemos la corona de espinas y seamos militantes del pétalo, no del arma blanca, no del látigo que asesinó a nuestros abuelos, enterrándolos en la jaula hueso del tiempo, sin derecho a voz, lejos de los jardines.

32.

Algún día cambiaremos la piel por piedras, y la raíz de la rosa en nosotros ya no será imagen sino vientre, pecho, brazo, huesos; rosa roja, amarilla, inconclusa como aquellas tardes mirando el mar, junto al capataz del jardín del sur; durmiendo en miraderos escondidos, estudiando anchos planos de túneles, con una profunda copa de luz sobre la mesa; ahora el nuevo orden acomoda sus máquinas y la materia del tiempo se congela esperando holocausto, sangre, respuesta; nosotros, la calma.



EPÍLOGO

Los años padecieron de todos los dolores posibles, el canto antiguo fue el canto de la agonía y la golpiza, del allanamiento y la desaparición. Pudimos seguir con nuestros muertos a cuestas. Somos hijos nietos de un siglo devastado, hervido a fuego lento y después derramado con violencia, con gritos y agresiones. No sabíamos hasta dónde podía llegar la maldad, no la conocíamos en toda su expresión. Por eso nuestras familias se refugiaron cordillera arriba, lejos, en jardines escondidos, secretos, fantásticos, que después exploramos jugando y peluseando.

Conocimos así a los cuidadores, jóvenes agrónomos que habían desarrollado un impecable sistema de ocultamiento, regadío y expansión de una hermosa planta que según ellos había que preservar como componente importante para el equilibrio del mundo. De ahí en adelante, la rosa prisionera fue nuestra aventura. Hablamos ahora que estamos viejos, con un vaso en la mano, compartiendo el borde del camino. Pero el movimiento sigue, el mundo aún no se libera. Dejamos testimonio de nuestra siniestra época del soldado, aquella época triturada donde la rosa cayó prisionera, iniciándose el mayor sin sentido en la historia del hombre: la privatización de la tierra, del agua y del aire.